AFRICA: ¿Un barco abandonado a la deriva?

Gerardo González

y  Comité de Solidaridad con Africa Negra. Madrid

 

 

 

 

Africa es un continente con 53 países inde­pen­dien­tes, 60 millones de km2 y 800 millones de habitantes. Se encuentra ubicada al sur de Europa, separada por apenas 14 kilómetros de mar Mediterráneo, a la altura del Estrecho de Gibraltar. Esta es el Africa física.

 

Si nos aproximamos al Africa humana, los datos son estremecedores. Es el Continente

–con más guerras abiertas

–con mayor número de países empobrecidos

–con mayor número de refugiados

–con mayor número de casos de sida

–con más analfabetos

–con mayor índice de crecimiento demográfico

–con más inmigrantes “sin papeles” hacia Europa.

 

Si nos fijamos en los recursos, comprobamos que es un Continente:

–con inmensos recursos petroleros

–con las mayores reservas del mundo en oro, diamantes, uranio, cobalto, tugsteno, cobre, wolframio...

 

Si nos fijamos en el aspecto político, nos encon­tra­mos con un Continente donde conviven:

–monarquías tradicionales (Marruecos, Lesotho y Suazilandia)

–dictaduras militares puras y duras (los dos Congos, Sudán, Burundi, Ruanda, Uganda, Eritrea, Etiopía)

–dictaduras militares disfrazadas de democracia más o menos representativa (Egipto, Túnez, Libia, Guinea Ecuatorial, Sierra Leona, Mauritania, Liberia, Gambia, Angola, Chad, Níger, Togo, Namibia)

–democracias frágiles (Costa de Marfil, Zimbabue, Zambia, Kenia, Guinea.-Bissau, Guinea-Conakry, República Centroafricana, Malalui, Camerún, Burkina Faso)

–democracias consolidadas (Botsuana, Senegal, Tanzania, Suráfrica, Benín, Cabo Verde, Nigeria, Ghana)

 

En este continente tan dispar y “balcanizado”, hay una constante en sus poco más de sesenta años de independencia: las guerras. Ni un solo año ha disfrutado el Continente de paz desde que se produjo el llamado “boom” de las independencias, en 1960. Han sido guerras de distinto signo: anticoloniales (las más crueles fueron las de Argelia y las de las colonias portuguesas, Angola y Mozambique principalmente) y civiles. Y detrás de todas ellas han estado siempre los países occidentales, como provocadores y proveedores de armas. Africa fue al mismo tiempo escenario de los conflictos provocados por la mal llamada “guerra fría”, que favoreció la implantación de regímenes militares, la creación de ejércitos desmesurados y una loca carrera de compra de armas a los antiguos países del Este y a Occidente.

Las guerras y el militarismo han sido los responsables, en buena medida, del empobrecimiento de los pueblos africanos y la causa principal de los refugiados y desplazados. Si a esto se añade la deuda externa y las injustas leyes del comercio internacional tendremos el panorama completo de los motivos que han hecho de Africa el Continente más empobrecido del mundo.

Se abrió un paréntesis de esperanza tras la caída del Muro de Berlín, en 1989. Pero la ilusión duró muy poco. En los años 90 se desataron en Africa más guerras que nunca y con más saña, guerras que han tenido sus escenarios más virulentos en Somalia, Ruanda, Burundi, Sudán, Angola, Liberia, Sierra Leona, Guinea-Bissau, Chad, Eritrea, Etiopía y República Democrática de Congo.

En el momento de redactar estas líneas hay en Africa las siguientes guerras civiles: Angola, Sudán, Somalia, Sierra Leona, norte de Chad, norte de Uganda, Burundi y, sobre todo, la República Democrática de Congo.

¿Qué hay detrás de todas estas hecatombes humanas?  Durante los años de la guerra fría, se atisbaba en los conflictos africanos una lucha ideológica, teñida las más de las veces de un nacionalismo necesario, sofocado siempre por las potencias colonizadoras. Incluso cuando se dio la independencia política, se hizo para dominar mejor económicamente. Hoy bajo estos conflictos abiertos se agazapan abiertamente espurios intereses financieros. Las guerras de Sierra Leona, Angola y Congo apestan a diamantes, que controlan las grandes mafias de piedras preciosas, de la que forman parte muchos dirigentes africanos. Estos “señores” de las guerras son simples saqueadores de los recursos nacionales, para financiar la compra de armas y engordar sus cuentas corrientes. Son una reencarnación de los cuatreros del viejo Oeste norteamericano, amparados por las mafias internacionales. Los diamantes y los minerales estratégicos provocan y alimentan unas guerras que están hundiendo en la miseria a países potencialmente ricos.

El silencio que pesa sobre estos conflictos se debe a que no se corre ningún peligro a escala internacional. Todo está controlado, para que no se resientan un ápice ni la globalización de la economía, ni las nuevas tecnologías. Aunque esto suponga la bancarrota ambiental y humana de Africa. Romper este silencio, para no ser cómplices de la hecatombe que padecen los pueblos africanos, es hoy uno de los grandes desafíos que tienen los hombres y mujeres de buena voluntad.

 

El horror de los Grandes Lagos

Una de las guerras en donde confluyen de una manera más visible el neocolonialismo, el mercado de armas y la expoliación de materias primas es la que padece la República Democrática de Congo (antiguo Zaire). En este corazón de los Grandes Lagos se han dado cita bélica 9 países africanos, que apoyan con sus ejércitos al gobierno central (Zimbabue, Angola y Namibia, y en menor grado Chad, Libia y Sudán) o a los movimientos rebeldes (casos de Uganda, Ruanda y Burundi). El resultado ha sido una ocupación del territorio congoleño, donde se lucha y al mismo tiempo se explotan los recursos mineros, bajo la supervisión de las multinacionales.

Los daños causados en el país han sido terribles: unos 2 millones de muertos, decenas de miles de desplazados, aumento de enfermedades como el sida y la malaria, violación sistemática de los DDHH, genocidio de grupos humanos, hundimiento de la producción agrícola y ganadera en la región de Kivu, creación de milicias con niños-soldados...

El silencio cómplice de la comunidad internacional ha alargado el conflicto, debido a los intereses económi­cos. Francia, EEUU, Bélgica y Canadá están apoyando con armas y consejeros militares el conflicto de los Grandes Lagos, donde prevalecen regímenes con férreas dictaduras militares.

En ninguno de los países que integran la región de los Grandes Lagos existen sistemas democráticos; peor aún, en todos ellos se violan los DDHH con gran saña. En Burundi y Ruanda, por ejemplo, una minoría racista excluye a la mayoría de los estudios su­pe­rio­res.

La República Democrática de Congo es actualmente el único país del mundo ocupado militarmente por países vecinos. En este país, hay que destacar como elemento positivo la reaccción de la población civil, que se ha organizado para gritar no a la muerte. La figura de Mons. Christophe Munzihirwa, asesinado en octubre de 1996 por sus denuncias proféticas, está sirviendo de referente para muchos grupos cristianos que quieren ser constructores de un futuro cargado de esperanza y de justicia.

 

Sida: el arma que más mata

Hay quien ha dicho –y quizá no le falte razón– que el sida es el arma que más mata en Africa y un método para frenar la natalidad en el Continente. Los datos son escalofriantes. El 75% de los 34 millones de enfermos del sida que hay en el mundo son africanos; cada año nacen en el mundo 600.000 niños seropositivos, y el 90% son africanos; el sida ha generado en el mundo once millones de huérfanos, en su gran mayoría africanos. El problema de los huérfanos es nuevo en Africa, pues antes eran “reabsorbidos” por el clan; hoy son tantos que no pueden ser atendidos por la familia, tíos y abuelos sobre todo.

En muchos países, sobre todo en el Africa Austral, el sida es la mayor causa de mortalidad y la esperanza de vida al nacer ha descendido de 60 a 40 años. El drama es particularmente grave en Suráfrica, el país que tiene más enfermos de sida en todo el mundo: más de 4 millones.

La población africana más afectada por el sida es la comprendida entre los 18-45 años, es decir, la que debería contribuir de forma irreemplazable al desarrollo del Continente. Las migraciones hacia zonas urbanas o hacia donde se precisa abundante mano de obra (las minas de Suráfrica, el cinturón de cobre en Zambia, las plantaciones de Costa de Marfil, etc.) son motivadas por la pobreza del mundo rural; en su mayoría son hombres jóvenes los que emigran, regresarán a sus casas –tras las cosechas o tras varios años– y algunos lo harán contaminados por el VIH. Las guerras facilitan igualmente la propagación del sida.

Al tratarse de países empobrecidos, los Estados africanos no pueden costear los carísimos medicamentos para tratar la enfermedad y son muy pocas las personas que pueden pagarlos de su propio bolsillo. La falta de higiene y de información son los factores desencadenantes del sida, pero la avaricia de los grandes laboratorios, que se niegan a permitir que los países del Tercer Mundo fabriquen medicamentos genéricos, constituye la causa última que condena a muerte a millones de africanos.