De Talibanes y Talibushes

Lazo indisoluble entre Imperialismo y religión

José Ignacio González Faus

 

 

 

Se esté a favor o en contra, Bush encarna una rama de la historia de EEUU que ha pervertido parte de los ideales originarios del país, y que cuaja en la expresión “destino manifiesto”, acuñada en 1845 por el periodista J. O’Sullivan para justificar la anexión de casi medio México: la creencia en una superioridad moral nor­teame­ricana, que autoriza a imponer a todos los pueblos su propio esquema civilizador. “Nuestro destino manifiesto (escribe O’Sullivan) consiste en extendernos sobre todo el continente que nos ha entregado la Providencia para el libre desarrollo de nuestros millones de habitantes que se multiplican”. En 1885, el historiador J. Fiskie, justificaba la política imperialista norteamericana en otro artículo titulado también “Manifest Destiny”. Y en enero de 1900, el senador de Indiana Albert Beveridge proclamará en un discurso que Dios no había ido preparando durante años a los pueblos anglohablantes, simplemente para su propia vanidad, sino “para hacernos maestros y organizadores del mundo, a fin de instituir el orden allí donde reina el caos... Nos ha dado el don de gobernar para que demos un gobierno a los pueblos salvajes y seniles. Sin esta fuerza nuestra, el mundo recaería en la barbarie y la noche... Dios ha designado al pueblo norteamericano como su nación elegida para comenzar la regeneración del mundo”...

Esta concepción sigue presente y viva en toda la derecha norteamericana que votó a Bush. Cuando se apela genéricamente a los valores tradicionales se está apelando, en el fondo, a ese modo de ver. Y es cierto que esa conciencia de superioridad está ya en los primeros norteamericanos. Pero con la gran diferencia de que los padres de la patria hacían consistir esa superio–ridad en un profundo sentimiento antibelicista.

Esta concepción explica también el lazo indisoluble entre imperialismo y religión. El “destino manifiesto” es en realidad un destino de pueblo elegido, semejante al del pueblo judío. Ya en los orígenes, E. Stiles habló de “el Israel americano de Dios”. Y veía en “la colonización, el crecimiento rápido, la independencia precoz y la prosperidad sin igual de este país, las pruebas de la elección por la Providencia” (argumentos que repetirá Bush padre en 1991). EEUU es un segundo “pueblo escogido”. Pero con la diferencia de que el pueblo escogido de la Biblia se sabía “un pueblo de dura cerviz”, mientras que en los ideólogos norteamericanos nunca aparece esa conciencia de infidelidad a la elección y de dura cerviz, sino una especie de encefalopatía espongiforme, de la que sólo algún profeta como N. Chomsky parece ser consciente. El destino manifiesto culmina en estas palabras pronunciadas en 1997 por Madeleine Albright: “los americanos tenemos una ventaja sobre las otras naciones: sabemos quiénes somos y qué creemos. Somos constructores. Nuestra res­ponsa­bi­lidad no es actuar como prisioneros de la historia, sino hacer historia... Tenemos una razón de ser, más la fe en que, si somos fieles a nuestros principios, triunfaremos”.

Este destino y esta conciencia son los que engendran la obligación de “ejercer los poderes de policía in­terna­cional” según dijo el presidente Roosevelt ya en 1904, dando nombre a esa política llamada del “big stick” (el gran garrote), que practicó Bush padre, apelando a “nuestra superioridad moral” para justificar in­ferio­ri­da­des tan inmorales como la que se llamó eu­femís­tica­men­te “guerra del Golfo”.

El destino manifiesto no es sólo militar. Lo militar sólo es el modo de proteger el verdadero campo de la elección divina: el dominio económico del mundo. El senador de Indiana antes citado declaraba sin ambages que “dado que nuestro país produce mucho más de lo que necesitamos, nuestro destino es apropiarnos del comercio mundial”. He la clave del asunto.

El siglo pasado, casi en los mismos días en que se acuñó la expresión del destino manifiesto, Simón Bolívar escribió: “Los EEUU parecen destinados por la Pro­viden­cia a plagar a América de miserias en nombre de la libertad”. Y es que el problema del destino manifiesto está en que, para subsistir, necesita enemigos que sean el mal absoluto y contra los cuales valga todo. Hoy, caído el satán ruso, renace una nueva forma de “macartismo islámico”.

Acabo con una frase del salmo 81, que rezaron tantos judíos: “defended al pobre y al indigente, sacadlos de las manos del culpable”. Mirando a esos gobernantes el salmo continúa: “ellos, ignorantes e insensatos, caminan a oscuras, mientras vacilan los cimientos del orbe”. Como hoy.