EL DERECHO DE LOS PUEBLOS A LA SOBERANIA ALIMENTARIA

Joao Pedro Stédile

 

 

 

 

A lo largo de millones de años la humanidad logró grandes progresos pero no pudo resolver un problema fundamental: el hambre. Durante años se difundió el concepto de que el hambre era el resultado de la escasez de producción alimentaria. Con el modelo de una industrialización bajo hegemonía norteamericana, el Occidente adoptó la "Revolución Verde" como la única fórmula para aumentar la productividad y la producción agrícolas. Pero han pasado cincuenta años y el problema sigue sin resolver. Lo único que hace la Revolución Verde es generar dependencia de insumos industriales, como los abonos químicos, los pesticidas y los agrotóxicos en general.

Pese a que hay alimentos disponibles para todos, unos 800 millones de personas padecen hambre todos los días y, lo que es peor, el ejército de hambrientos en vez de disminuir aumenta en alrededor de 50 millones por año.

Muchos exportadores agrícolas del Tercer Mundo -como Brasil y Argentina- venden en el mercado mundial alimentos con los que engrosan las ganancias de las oligarquías locales, mientras sus pueblos pasan hambre. Otros países que eran exportadores –como Perú, México, la India y algunas naciones africanas- se han convertido en importadores. Y lo más grave es que el modelo tecnológico que se ha adoptado pone en peligro el equilibrio ecológico del planeta. Por lo tanto, no será posible continuar por muchos años con una agricultura tan depredadora.

¿Qué se proponen el capital y sus empresas transnacionales? Están tratando de transformar a los alimentos en una mera mercadería mediante la internacionalización y la monopolización del comercio agrícola. Están imponiendo un nuevo modelo tecnológico sustentado en el monopolio de la biotecnología y en uno de sus ramos, que modifica genéticamente las semillas.

El dominio planetario del capital financiero ha producido un fenómeno nuevo en el marco de las empresas agrícolas, al unir en una única corporación a ramos de producción que antes estaban separados. En efecto, las empresas productoras de fármacos, las de agrotóxicos, las de abonos químicos y las de semillas, se han fusionado en grandes conglomerados. Este mercado está controlado por unas diez empresas: Du Pont (norteamericana), Monsanto (que compro a Cargill, a Phamarcia, a Upjohn, etc.), Novartis (Suiza, que compro a Ciba Geigy, a Sandoz, a Sygenta), Adventis (francesa, que compro a Rhone-Poulenc, a Hoechst, etc.), el grupo Limagrain (francés), Bayer, y Basf (alemanas), Agribiotech (norteamericana), Dow Chemical (norteamericana) y AstraZeneca (Británica).

Por lo tanto, el escenario que se perfila es el del control por parte de algunas empresas del comercio mundial de cereales, de la fabricación de medicinas, de las agrotóxicos y de las semillas; es decir, la totalidad del proceso de producción de alimentos. Para ello las transnacionales necesitan que las legislaciones nacionales sobre patentes se adapten a sus objetivos monopolistas. Y para lograr ese fin se valen de reglas internacionales que las favorecen, impuestas a través de la Organización Mundial del Comercio (OMC), el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

Es claro que esta política va a hacer a los países pobres más dependientes de las transnacionales, aumentará el control de éstas sobre la biodiversidad y la biotecnología, y en consecuencia se volverá inviable la agricultura campesina y familiar en todo el planeta, incrementando el éxodo rural, la desigualdad social y el hambre, especialmente en el hemisferio Sur.

¡Pero existen alternativas!

La Vía Campesina, que reúne a las organizaciones campesinas de todo el mundo, afirma ante todo el principio de que los alimentos no son una mera mercancía y no deben ser objeto de monopolio por parte de algunas empresas. La humanidad debe garantizar el derecho fundamental de las personas a la alimentación. Y la producción de alimentos bastará para todos si se establece una política de apoyo a la economía rural de los países del Tercer Mundo.

En segundo lugar, el comercio agrícola debe estar subordinado al concepto de que la soberanía alimentaria es un derecho de todos los pueblos. En consecuencia, en cada país se deben instrumentar políticas de apoyo a la producción local de alimentos, para que cada pueblo tenga asegurado su alimentación con sus propios recursos. Por su parte, el comercio exterior debe limitarse a la producción excedentaria y realizarse por medio de negociaciones bilaterales. Por esta razón rechazamos la ingerencia de la OMC en el comercio agrícola.

Por último, la producción de semillas es un patrimonio de la humanidad. Si hemos llegado hasta nuestros días se debe a que la producción y el uso de las simientes han sido democráticos y cualquier agricultor, en cualquier parte del mundo, podía producir sus semillas y plantar lo que prefería.

Ahora, con la introducción del monopolio de las semillas, sea a través de la biotecnología correcta o de los transgénicos (OGM), se pone en riesgo la sobrevivencia de la humanidad, ya que se condiciona el uso de las semillas al derecho de patente que poseen unas pocas empresas.

El Foro Social Mundial será la ocasión para lanzar la campaña internacional "Las semillas son patrimonio de la humanidad". Vamos a exigir que todos los gobiernos garanticen el acceso de los agricultores a todas las semillas. Que se eliminen las leyes sobre patentes. Que se estimule la producción de semillas por parte de los propios campesinos, pues son más sanas y más apropiadas para el medio ambiente. Y que la UNESCO y la FAO declaren que las simientes son patrimonio de la humanidad.

En relación a los transgénicos, exigimos que se aplique el "principio de precaución", o sea que ninguna variedad pueda ser colocada en el mercado sin que se haya alcanzado la certeza de que no infligirá daños al medio ambiente o a la salud del agricultor y del consumidor.

Que en todo el mundo se apliquen políticas de estímulo y protección a la economía agrícola, para que todos los agricultores puedan mantenerse y progresar con el producto de su trabajo y para que se asegure a todos los ciudadanos el derecho fundamental a la alimentación. Como dijo el Che Guevara: "La vida de cualquier persona en cualquier parte del mundo es mucho más importante que cualquier propiedad material".