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Hace apenas tres años palabras como «imperio»
e «imperialismo» estaban reservadas a un sector de la izquierda
mundial. De pronto, comenzaron a utilizarla -teniéndola a gala(!)-
los halcones republicanos de EEUU. Luego fueron los comentaristas europeos...
y ahora son las palabras y las categorías más referidas
en los informes y en los debates de los mayores analistas internacionales,
todos los días (véase la bibliografía).
De pronto el mundo se ha dado cuenta de que se ha vuelto de nuevo un imperio
(Paul Kennedy). Se trata de un imperialismo diferente, muy distinto a
los del tiempo de la guerra fría, o al del tiempo del neocolonialismo,
o de la Conquista de América, o al del imperio romano... pero con
un núcleo estructural esencial que es común y que lo pone
en continuidad con todos ellos. Hoy vemos claro que esta página
imperial de la historia actual pertenece todavía a una misma gran
etapa histórica, inconclusa todavía, que ya clama por su
superación.
¿Desde cuándo hay imperios sobre la tierra? No «desde
siempre», sino desde hace «relativamente poco tiempo»:
desde la revolución agrario-urbana. Desde que hay «ciudades»
en la Humanidad, ciudades que enseguida se convirtieron en «ciudades-Estado»,
la primera forma de unidad política mayor, y que en cuanto alcanzaron
un grado suficiente de desarrollo como para «avasallar» a
las vecinas ciudades, las sometieron, en guerras de expansión y
dominio, hasta crear los primeros imperios, hace ahora poco más
de cinco mil años. Ello ocurrió por primera vez, precisamente,
en el lugar más convulsionado por el imperialismo de hoy: en el
Irak actual, la Mesopotamia de entonces, con los acadios, que con su rey
Sargón a la cabeza iniciaron para la historia el modelo de «imperio»
(cf. el artículo de Hoornaert).
Después... ya sabemos: una sucesión continua de imperios
cuya hegemonía va desplazándose históricamente del
Este hacia el Oeste... La historia entera puede relatarse y periodizarse
sobre la sucesión de los imperios, que han ido transformando sus
formas de avasallamiento y de dominio (Stédile).
Si al principio éstas fueron sobre todo la invasión, la
conquista, la imposición de tributos y la esclavización
de la población, más tarde -saltando muchas etapas- fue
la conquista de territorios y de recursos naturales... Hoy es sobre todo
a través del capital financiero internacional y sus instituciones
internacionales como se extrae la moderna imposición tributaria
sobre los pueblos dominados. Houtart lo explica bien en esta agenda (cfr.
pág 34), y concluye: «Nunca antes,
aun durante el tiempo más duro de la colonización, las metrópolis
del Norte extrajeron tantas riquezas de sus periferias del Sur como hoy
día»...
Es decir: en términos de imperialismo, no hemos avanzado mucho
históricamente. Estamos donde estábamos. El imperialismo
sigue vivo, muy vivo, y aunque adopte formas aparentemente más
civilizadas, es el mismísimo, el mismo que brotó como por
generación espontánea, «naturalmente», cuando
el ser humano pasó de ser nómada recolector de frutos, a
convivir, a ser sedentario agricultor vinculado a la propiedad de una
tierra sobre la que trabajar y vivir. Cinco mil años después,
estamos donde estábamos: en el mismo imperialismo que nació
en Mesopotamia y que hoy grita clamorosamente en Irak, y en otras muchas
regiones del planeta.
Pero el imperialismo no está ni ha estado solo en
el mundo. También está ahí la resistencia. Que no
es tan antigua. No surgió a la vez, desde el primer momento. Se
demoró en aparecer de un modo visible y organizado. Los teóricos
cifran simbólicamente los orígenes de la izquierda en Espartaco,
unos 70 años antes de la era llamada cristiana. Él sería
un arquetipo de los movimientos sociales que, apelando a la sublevación
moral y al compromiso político, buscan acabar con situaciones de
inhumanidad, y la erradicación del sufrimiento humano causado por
mecanismos de explotación y de dominación. Si denominamos
con el nombre genérico de izquierda al conjunto de movimientos
más o menos organizados que han luchado y siguen luchando contra
la barbarie de la explotación y la dominación y que impiden
la fraternidad, la igualdad y la libertad, no podríamos remontarnos
mucho más allá de las revueltas de los esclavos para localizarla
en la historia. Durante los primeros miles de años del imperialismo,
los pobres, los desamparados, los estratos inferiores de la pirámide
social, soportaron inermes todo el peso de la opresión, y murieron
sencillamente aplastados por los imperios. Durante estos dos últimos
milenios, las luchas de liberación de millones de seres humanos
han alimentado el curso humanizante de la historia. La conciencia humana
y la crítica social se han ido desarrollando, y estamos en una
época («cambio de época») en la que, por un
conjunto de causas -sociedad «reflexiva», red de información
incontrolable, sociedad del conocimiento...-, este crecimiento se acentúa,
y parece acercarse al día en que va a ser capaz de dar la batalla
al viejo paradigma que está en vigor todavía desde el albor
de la historia.
El clímax agudo de imperialismo que estamos viviendo en la actualidad
-exacerbado por la toma del poder en EEUU de la extrema derecha capitalista
conservadora, que, autojustificada por el alza del terrorismo, ha llevado
al país a una situación de ilegalidad internacional y de
irracionalidad bélico-militar, pone quizá al mundo ante
una oportunidad decisiva: un kairós. Si nunca en la historia ha
habido un imperio cuantitativamente tan grande y cualitativamente tan
sofisticado -y ése imperio no es EEUU sino un ‘sistema-mundo‘
internacional- , también es verdad que nunca ha habido una resistencia
cuantitativamente más importante, un movimiento de protesta mundial
por primera vez efectivo, y una conciencia de alternatividad y utopía
que sabe que no se aparta del realismo cuando reclama que «otro
mundo es posible».
Como en el cuento de Andersen y en el anterior de don Juan Manuel -del
Conde Lucanor- sobre «El rey desnudo», llega un momento en
que la sociedad está madura para comprender y reconocer lo que
realmente ya estaba viendo sin de hecho dar crédito a sus ojos.
Nunca el imperio ha estado más desnudo que ahora, cuando en su
propio seno, su propia población privilegiada reconoce su actitud
imperial y su carencia de una ética realmente mundializada que
considere a los demás pueblos no como inferiores y susceptibles
de «imperializados», sino como miembros de la única
sociedad mundial global de la que hemos de reconocernos miembros igualitarios
todos los humanos. Esta nueva conciencia, superadora de la posibilidad
misma del imperialismo, está cayendo sobre nosotros como una fruta
madura.
Pues bien, si es verdad que el imperialismo está en un clímax,
también lo está la resistencia, la alternatividad y la conciencia
humana. Estamos en un «pulso» de fuerzas que reclama la colaboración
de todos. El imperio tiene la fuerza, las armas, el dinero, la mayor parte
de los medios... y en esos campos es invencible. Pero le falta la Verdad
y el Derecho, que está con las víctimas.
La actual, no es una batalla más en la larga historia del enfrentamiento
del imperialismo contra los pueblos. Es tal vez la batalla decisiva. Por
el grado de maduración de la conciencia humana. Por el cambio social
profundo que estamos viviendo a todos los niveles en la actualidad. Después
de la «época de cambios» -acelerados- está en
curso el «cambio de época»: radical, sustancial. Los
paradigmas más profundos que han vertebrado la sociedad humana
están a punto de caer. Concretamente, el paradigma de la dominación
de los otros, de la conquista, de la depredación, del endiosamiento
nacional y del desprecio de los otros pueblos... son insostenibles a estas
alturas de la historia, se están cuarteando -a la vista de quien
quiera ver- y se debaten en retirada, acorralados...
La batalla no es mediante las armas, ni el dinero, ni por el enfrentamiento.
No es por «la toma del poder», sino por la toma de la conciencia:
por el poder de la verdad, por la fuerza de la razón, contra la
razón de la fuerza. Es preciso «desnudar» al imperio;
o mejor, es necesario simplemente poner al descubierto su desnudez, evidenciarla,
proclamarla, señalarla, hacerla reconocer por los muchos que en
realidad ya la están viendo sin querer concienciar lo que ven.
La época del imperialismo está muriendo. El movimiento de
la historia presenta suficientes señales de que ese período
que viene desde la revolución agrario-urbana, de los últimos
10.000 años -el mismo período desde el que nos viene el
patriarcalismo, precisamente-, está agrietándose y quebrándose.
Ese cambio de época civilizacional es lo que se refleja en tantas
convulsiones de la sociedad actual, incluida la crisis radical de la religión
(las religiones -no la espiritualidad- también surgieron en esta
época, y acompañaron y dieron apoyo a todos los imperialismos,
también al actual [Horsley, Velasco]).
Por otra parte, urge que aceleremos la llegada de esta nueva etapa de
la historia. Porque el viejo paradigma de la conquista y de la dominación
ha sido y es, también, depredador de la naturaleza (artículo
de Boff). Y ha llegado demasiado lejos. El sistema actual ha ocupado el
85% del planeta, ha destruido gran parte de los recursos, y se está
acercando peligrosamente a un punto de no retorno en su amenaza contra
la sostenibilidad del planeta. Los expertos de la ONU señalan el
año 2030/2050 (Cf. Leonardo
Boff). Será pues enseguida, pasado mañana. O detenemos
el imperialismo y su sistema-mundo actual, o él podrá enterrarnos
a todos -planeta incluido- pasado mañana, en el tiempo de vida
de la actual generación.
Es la hora. Es el momento. Es un Kairós.
Desnudemos el imperio, para derrotarlo en la historia, definitivamente.
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