La
Mujer en el Budismo
Las civilizaciones antiguas raramente supieron
tratar con justicia a la mujer, muchas veces considerada como inferior. La
actitud de Buda, al inicio de su predicación, sigue esa línea,
como se puede ver en unos de sus primeros discursos: “Las mujeres son
pícaras, llenas de malicia y en ellas es difícil encontrar la
verdad”. Hablando a los monjes, afirma que no deben nunca dirigirse
a una mujer, ni mirarla, a no ser en caso de necesidad. Las reglas establecidas
inicialmente para su “orden” se referían sólo a
los hombres, porque sólo ellos podían hacerse monjes y alcanzar
la perfección.
Si una mujer deseara realmente el camino
de la salvación, sólo tenía una alternativa: renacer
como varón, lo que sería posible en el caso de que se esforzase,
en su vida de mujer, por “desarrollar un modo de pensar masculino”.
La actitud de Buda se explica, sobre todo, teniendo como base su doctrina
sobre el aniquilamiento del “deseo de vivir”. La mujer, ligada
a la maternidad y al nacimiento, era vista como el obstáculo más
grave para la liberación del ciclo de los nuevos nacimientos. Fácilmente
ella podría desviar al hombre de sus mejores propósitos, constituyendo,
pues, un gran peligro. Era preciso mantenerla bien apartada, y, para eso,
había que aprender a despreciarla.
Más tarde, esa actitud mejoró.
Una antigua leyenda cuenta que el cambio de debió a la insistencia
de la madrina de Buda, apoyada por las razones del discípulo predilecto
Ananda, que pedían la fundación de una orden femenina en el
monaquismo budista.
Buda consintió, dictando ocho reglas para las comunidades femeninas, lo que significa que también las mujeres podían alcanzar el Nirvana.