Esperanza en el día a día frente al Imperio

Susan GEORGE

 

   
 

Hemos tenido victorias importantes: el Acuerdo Multilateral sobre Inversiones (AMI) está muerto, aunque traten de resucitarlo. El BM (Banco Mundial), el FMI (Fondo Monetario Internacional) y la OMC (Organización Mundial del Comercio) están en crisis. En todas partes, los consumidores se rebelan contra los organismos genéticamente modificados. Docenas, centenares de batallas tienen lugar en el mundo. A causa de las protestas en masa y del rechazo popular a aceptar la globalización neoliberal, cada vez más gente reconoce que no hemos llegado al «fin de la Historia». No son éstas victorias pequeñas, y es necesario alegrarse por ellas. ¡Otro mundo es posible!
El camino que queda será largo y duro. Sí, el BM, el FMI y la OMC están tocados, pero todavía están de pie y no han renunciado a ninguno de sus poderes. La distribución de la riqueza mundial sigue siendo radicalmente desigual. Cada día más y más personas se sumergen en la pobreza. La deuda externa del Sur continúa creciendo y destruyendo la existencia de innumerables personas. El planeta y la naturaleza siguen siendo objeto de un ataque sin tregua y quizás fatal. Peor todavía, los verdaderos responsables de la globalización casi no han sido afectados: me refiero a las empresas transnacionales y financieras para las que el BM, el FMI, la OMC, la OCDE y las demás no son sino lacayos. Estas megaempresas y los mercados financieros son la encarnación última del capitalismo mundial y es de ellas de donde viene el verdadero peligro. Mientras no las hayamos puesto bajo control democrático, no podremos cantar victoria.

Me gustaría comentar los pasos que debemos dar juntos si queremos caminar hacia nuestra meta, «una globalización democrática, equitativa y ecológica». Algunos pasos son mentales o ideológicos; otros se refieren a la organización, la táctica y la estrategia.
La primero que hay que hacer es desembarazarnos de la ideología dominante que ha convencido a tanta gente de que no hay alternativa a la globalización neoliberal. Para esto, empecemos por restaurar la verdad del lenguaje y la credibilidad de la información. Guardar el vocabulario no es trabajo solamente de los intelectuales: tenemos que servirnos de palabras que todo el mundo entienda, y que al mismo tiempo revelen las mentiras de nuestros adversarios, mentiras empotradas en nuestro lenguaje de cada día. Por ejemplo:
Decimos «globalización» como si todos los pueblos avanzasen hacia alguna Tierra Prometida, cuando sabemos muy bien que esto es un mito. La «globalización» no es otra cosa que la asimilación de ciertas regiones del mundo por parte de las empresas transnacionales, industriales y financieras. Es, simplemente, el capitalismo del siglo XXI. Se come el planeta, enriquece a los ricos, aumenta las desigualdades, rechaza la democracia y excluye a centenares de millones de personas.
Decimos «privatización» cuando se trata de la «apropiación» de empresas valiosas, construidas con el trabajo de miles de personas durante años, y que, ahora, se ceden a bajo precio a las élites del Norte y del Sur.
Hablamos de «ajuste estructural» cuando se trata de austeridad económica insostenible, y de un ataque brutal contra los pobres.
Decimos «desregulación» aun sabiendo que cada día se introducen nuevas reglas por parte de instituciones internacionales opacas y antidemocráticas. De hecho, estamos sufriendo una verdadera «re-regulación».
Encuentro también profundamente irritante y falso que la prensa nos califique como «movimientos antiglobalización». Digamos claramente que somos «movimientos proglobalización», pues estamos a favor de compartir la amistad, la cultura, la cocina, la solidaridad, la riqueza y los recursos. Somos, antes que nada, «prodemocracia» y «proplaneta», lo que, seguramente, no es el caso de nuestros adversarios.

Protestar sí, pero al mismo tiempo tenemos que proponer. Demasiadas veces se describe nuestro movimiento ciudadano como un grupo de anarquistas que no están de acuerdo en nada, salvo en que no quieren reglas. Conocéis la frase: «Si no aceptáis las reglas vamos a volver a la guerra pura y simple. La OMC existe para proteger a los débiles de los fuertes, y lo que queréis vosotros es la ley de la jungla. El comercio es bueno para los pobres; si estáis contra el comercio, estáis contra los pobres».
Debemos ser muy claros: queremos reglas. Ningún sistema, puede funcionar sin reglas, pero todo consiste en saber quién pone las reglas y en beneficio de quién. Rechazamos justamente las reglas de organizaciones no elegidas y opacas, ya se trate de empresas transnacionales, de mercados financieros, o de instituciones internacionales.
Las reglas se deben fundar en el corpus de derecho internacional elaborado en el transcurso del siglo XX: derechos humanos, acuerdos medioambientales, convenciones básicas sobre el trabajo, etc. Esta ley debe prevalecer siempre sobre sistemas legales más especializados, como el órgano de resolución de diferencias de la OMC. A las empresas transnacionales y sus directivos se les debe responsabilizar por las acciones de sus filiales en todo el mundo. Se debe controlar a los mercados financieros por medio de la imposición fiscal, y, cuando haga falta, por medio del control de cambios.
Aunque todas las victorias son temporales y parciales, no hay «pequeñas» victorias. Hemos visto en Europa el ejemplo de ciertos diputados de izquierdas en el Parlamento Europeo que rechazaron votar una resolución sobre la elaboración de un estudio de viabilidad de la «Tasa Tobin» sobre las transacciones financieras. Estos diputados aducían que un impuesto de este tipo no sería más que un «apaño» de capitalismo, mientras que ellos pretendían derribarlo absolutamente. Sus votos negativos causaron la derrota de la resolución.
Me sabe muy mal admitir que no sé muy bien lo que quiere decir «derribar el capitalismo» en este principio del siglo XXI. Quizá asistiremos a lo que el filósofo Paul Virilio denominó «el cataclismo global». Si llega, lo hará acompañado de inmensos sufrimientos humanos. Si todos los mercados financieros y todas las bolsas se desploman brutalmente al mismo tiempo, millones de personas se encontrarán en el paro, las quiebras de los bancos sobrepasarán en mucho la capacidad de los gobiernos de impedir catástrofes, la inseguridad y el crimen serán la regla, y nos sumergiremos en el infierno hobbesiano de la guerra de todos contra todos. Llamadme «reformista» si queréis, pero un futuro de este tipo no me parece más atractivo que el futuro neoliberal.
Si esto es correcto, pongamos un límite al programa neoliberal de nuestros adversarios, e impongamos medidas que pudieran sustituir el sistema actual de capitalismo salvaje por un sistema cooperativo en el que los mercados tengan su lugar, pero no dicten su ley al conjunto de la sociedad.

Sabemos muy bien por lo que luchamos. Las deudas externas del Sur no son reembolsables, y de cualquier modo, ya han sido ampliamente pagadas. Deben ser anuladas, y se debe emprender restituciones a la expoliación del Sur. Se debe colocar a las instituciones financieras internacionales bajo control democrático. Si se decide que tienen todavía una función, ésta debe beneficiar a la mayoría. Nos hace falta un régimen de comercio internacional, pero no el de la OMC.
Deben ponerse algunos bienes completamente fuera del alcance del comercio y de las relaciones mercantiles. La salud, la educación y otros servicios sociales no son mercancías, sino derechos. Se pueden facilitar generosamente servicios públicos, transportes y viviendas sociales. Desde un punto de vista material, es absolutamente factible establecer un umbral universal de bienestar al que todo el mundo tiene derecho, no como caridad sino por el hecho de ser seres humanos.
Nunca ha sido el mundo tan rico, y poseemos todos los conocimientos organizacionales y técnicos necesarios, además de la capacidad de supervisar la distribución de bienes, de modo que se evite la corrupción y el despilfarro. Dicho de otro modo: no hay excusa para no cambiar el mundo.
Debemos basar nuestras luchas en coaliciones fuertes, que reúnan a campesinos, sindicatos, ecologistas, mujeres, profesionales, trabajadores culturales e intelectuales, parados, sin techo, inmigrantes, militantes de derechos humanos y de otras fuerzas. Sobre estas bases nacionales fuertes podemos después agregar nuestras luchas regional e internacionalmente. En cualquier caso, no es necesario estar de acuerdo en todo para trabajar conjuntamente para conseguir objetivos comunes.
Permitidme terminar diciendo que creo, profunda y honestamente, que podemos conseguir todas estas cosas. No tenemos ninguna razón para ser pesimistas, pues no ha habido ningún resurgir de una energía militante como ésta desde la guerra del Vietnam. Creo que podemos ganar. Pero a condición de acordarnos de una realidad penosa: todo, o casi todo, tarda mucho, un tiempo terrible. El ejemplo mejor, o peor, es la deuda externa, contra la que muchos de nosotros empezamos a luchar hace 15 años, y cuyas consecuencias se vuelven más graves cada año que pasa. Por lo tanto, la lección más difícil que hay que aprender es cómo perder sin desanimarse.
No olvidemos nunca que nosotros tenemos con nosotros el número y las ideas. Todos los logros del pasado, de los que somos beneficiarios hoy, fueron ganados por gente que empezaron perdiendo... pero un día, ganaron. Ser dignos de ellos nos exige la misma determinación, la misma paciencia y la misma tenacidad.
No hay que sorprenderse de que sea duro; después de todo, ¡tratamos de hacer algo que nadie ha hecho en toda la historia de la humanidad!

 

   
 
Susan GEORGE
Paris, Francia


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