|
El movimiento social mundial que lucha contra
la globalización impulsada por las empresas transnacionales y los
mercados financieros ha recorrido un largo camino en los últimos
años. Hemos tenido victorias importantes: el Acuerdo Multilateral
sobre Inversiones (AMI) está muerto, aunque traten de resucitarlo.
El Banco Mundial, el FMI y la OMC están en crisis. En todas partes,
los consumidores se rebelan contra los organismos genéticamente
modificados. Docenas, centenares de batallas tienen lugar en docenas,
centenares de sitios en el mundo. A causa de nuestras acciones, a causa
de las protestas en masa y del rechazo popular a aceptar la globalización
neoliberal, cada vez más gente reconoce que no hemos llegado al
«fin de la Historia». No son éstas pequeñas
victorias, y es necesario alegrarse por ellas. El sentido que tiene el
Foro de Porto Alegre es hacer proyectos de futuro con realismo y esperanza.
Como decimos en ATTAC, otro mundo es posible.
El camino que queda será largo y duro. Sí,
el BM, el FMI y la OMC están tocados, pero todavía están
de pie y no han renunciado a ninguno de sus poderes. La distribución
de la riqueza mundial sigue siendo radicalmente desigual. Cada día
más y más personas se sumergen en la pobreza. La deuda externa
del Sur continúa creciendo y destruyendo la existencia de innumerables
personas. El planeta y la naturaleza siguen siendo objeto de un ataque
sin tregua y quizás fatal. Peor todavía, los verdaderos
responsables de la globalización casi no han sido afectados: me
refiero a las empresas transnacionales y financieras para las que el Banco,
el Fondo, la OMC, la OCDE y las demás no son sino lacayos. Estas
megaempresas y los mercados financieros son la encarnación última
del capitalismo mundial y es de ellas de donde viene el verdadero peligro.
Mientras no las hayamos puesto bajo control democrático, no podremos
cantar victoria.
Por estas razones, me gustaría comentar los pasos que debemos dar
juntos si queremos alcanzar nuestra meta, que yo definiría como
«una globalización democrática, equitativa y ecológica».
Algunos de estos pasos son mentales o ideológicos; otros se refieren
sobre todo a la organización, a la táctica y a la estrategia.
La primera cosa que hay que hacer es desembarazarnos de
la ideología dominante que ha convencido a tanta gente de que no
hay alternativa a la globalización neoliberal. Para esto, empecemos
por restaurar la verdad del lenguaje y la credibilidad de la información.
Esto me parece vital para convencer a todo el mundo, gobiernos incluidos,
de que el mundo actual no es inevitable, que la globalización no
es una fuerza de la naturaleza, como la ley de la gravedad, ni de la ley
divina, y que el mercado no puede ser la medida de todas las cosas.
El escritor André Breton decía: «el intelectual es
el guardián de vocabulario». Guardar el vocabulario no es
trabajo solamente de los intelectuales: todo el movimiento presente en
el Foro de Porto Alegre tiene que aprender a servirse de palabras que
todo el mundo entienda, y que al mismo tiempo revelen las mentiras de
nuestros adversarios. Mentiras empotradas en nuestro lenguaje de cada
día. Algunos ejemplos de este uso colonizado por los neoliberales:
Decimos «globalización» como si todas las naciones
y todos los pueblos avanzasen juntos hacia alguna Tierra Prometida, cuando
sabemos muy bien que esto es un mito. La «globalización»
no es otra cosa que la integración de ciertas regiones del mundo
por parte de las empresas transnacionales, industriales y financieras;
se trata, simplemente, del capitalismo del siglo XXI. Se nutre comiéndose
el planeta, enriquece a los ricos, aumenta las desigualdades, rechaza
la democracia y excluye a centenares de millones de personas.
Decimos «privatización» cuando se trata de la «apropiación»
de empresas valiosas, construidas a partir del trabajo de miles de personas
durante largos años, y que, ahora, se ceden a bajo precio a las
élites del Norte y del Sur.
Hablamos de «ajuste estructural» cuando se trata de austeridad
económica insostenible, y de un ataque brutal contra los pobres.
Decimos «desregulación» aun sabiendo que cada día
se introducen nuevas reglas por parte de instituciones internacionales
opacas y antidemocráticas. De hecho, estamos sufriendo una verdadera
«re-regulación».
Encuentro también profundamente irritante y falso que la prensa
nos califique como «movimientos antiglobalización».
Digamos claramente que somos «movimientos proglobalización»,
pues estamos a favor de compartir la amistad, la cultura, la cocina, la
solidaridad, la riqueza y los recursos. Somos, antes que nada, «prodemocracia»
y «proplaneta», lo que, seguramente, no es el caso de nuestros
adversarios.
Para restablecer el equilibrio ideológico, también hace
falta desenmascarar las mentiras de la autodenominada investigación
que el BM, el FMI o la OMC proclaman para justificar sus políticas.
Estas instituciones emplean a intelectuales dóciles y bien remunerados
cuyo trabajo consiste en convencer a los medios de comunicación
y al público para que asuman sus falsas tesis: la globalización
mejora la vida de los más desposeídos, la libertad de comercio
beneficia a todo el mundo, los ajustes estructurales provocan crecimiento,
prosperidad y redistribución de la riqueza, el mercado sabe repartir
de la mejor manera los recursos financieros, materiales y humanos, y otros
cuentos de hadas de la misma índole.
Desenmascarar esta ideología que trata de hacerse pasar por erudición
es, indudablemente, un trabajo para los investigadores, pero todo el mundo
puede combatir estas mentiras oficiales.
En resumen, según lo veo, habríamos ganado la mitad de
la batalla si pudiésemos restablecer de un modo efectivo la verdad
del lenguaje y la legitimidad de nuestra propia investigación;
si pudiésemos combatir con éxito las ilusiones que todavía
mantienen millones de personas. De este modo, el camino se abrirá
ante nosotros.
Protestar sí, pero al mismo tiempo tenemos que proponer. Se trata
de un problema complejo. Demasiadas veces se describe nuestro movimiento
ciudadano como un grupo de anarquistas que no están de acuerdo
en nada, salvo en que no quieren reglas. Todos conocéis la frase:
«Si no aceptáis las reglas de la OMC vamos a volver a la
guerra pura y simple». «La OMC existe para proteger a los
débiles de los fuertes, y lo que queréis vosotros es la
ley de la jungla». «El comercio es bueno para los pobres;
estáis contra el comercio; luego estáis contra los pobres».
Existen otras justificaciones parecidas para el FMI, para el BM, y para
las otras instituciones.
Debemos por tanto, ser muy claros: queremos reglas. Ningún sistema,
puede funcionar sin reglas, pero todo consiste en saber quién pone
las reglas y en beneficio de quién. Rechazamos justamente las reglas
de organizaciones no elegidas y opacas, ya se trate de empresas transnacionales,
de mercados financieros, o de instituciones internacionales.
El movimiento ya ha empezado a trabajar introduciendo otras reglas en
lugar de las que rechazamos. Las nuestras deben ser reconocidas instantáneamente
como legítimas, es decir, que se deben fundar en el corpus de derecho
internacional elaborado en el transcurso del siglo XX: derechos humanos,
acuerdos medioambientales, convenciones básicas sobre el trabajo,
etc. Esta ley debe prevalecer siempre sobre sistemas legales más
especializados, como el órgano de resolución de diferencias
de la OMC. Las empresas transnacionales y sus directivos deben ser hechos
personal y plenamente responsables de las acciones de sus filiales en
todo el mundo. Se debe controlar a los mercados financieros por medio
de la imposición fiscal, y, cuando haga falta, por medio del control
de cambios.
Mientras desarrollamos nuestras propuestas, rechazamos la actitud que
Ralph Nader calificó como «derrotismo realista», es
decir, el partir del principio de que es imposible obtener de verdad lo
que se desea, y por tanto de que no vale la pena intentarlo. Un ejemplo:
durante la lucha contra el Acuerdo Multilateral de Inversiones, el comité
consultivo de los sindicatos de la OCDE entendía que el AMI se
adoptaría de todos modos, y que, por tanto, era necesario que incluyese
una cláusula social. Aparte del hecho de que una cláusula
social en ese tratado no habría tenido ningún sentido, la
actitud misma reflejaba la desmoralización del movimiento sindical.
Al final derrotamos al AMI, sin ninguna ayuda de los sindicatos afectados,
aunque otros sindicatos disidentes fueron muy importantes en la lucha.
Tratemos siempre de aspirar al máximo. A veces, el realismo consite
en exigir lo que parece de entrada imposible.
Por otra parte, aunque todas las victorias son temporales y parciales,
no hay «pequeñas» victorias. Hemos visto en Europa
el ejemplo de ciertos diputados de izquierdas en el Parlamento Europeo
que rechazaron votar una resolución sobre la elaboración
de un estudio de viabilidad de la «Tasa Tobin» sobre las transacciones
financieras. Estos diputados aducían que un impuesto de este tipo
no sería más que un «apaño» de capitalismo,
mientras que ellos pretendían derribarlo absolutamente. Sus votos
negativos causaron la derrota de la resolución.
Me sabe muy mal admitir que no sé muy bien lo que quiere decir
«derribar el capitalismo» en este principio del siglo XXI.
Quizá asistiremos a lo que el filósofo Paul Virilio denominó
«el cataclismo global». Si llega, lo hará acompañado
de inmensos sufrimientos humanos. Si todos los mercados financieros y
todas las bolsas se desploman brutalmente al mismo tiempo, millones de
personas se encontrarán en el paro, las quiebras de los bancos
sobrepasarán en mucho la capacidad de los gobiernos de impedir
catástrofes, la inseguridad y el crimen serán la regla,
y nos sumergiremos en el infierno hobbesiano de la guerra de todos contra
todos. Llamadme «reformista» si queréis, pero un futuro
de este tipo no me parece más atractivo que el futuro neoliberal.
Si este análisis es justo, esto implica a la vez que pongamos un
límite al programa neoliberal de nuestros adversarios, y que impongamos
medidas que pudieran sustituir el sistema actual de capitalismo salvaje
por un sistema cooperativo en el que los mercados tengan su sitio, pero
no puedan dictar su ley al conjunto de la sociedad. Con esta perspectiva
no hay pequeñas victorias, y cualquier victoria se transforma en
la plataforma de nuevas victorias futuras.
Sabemos muy bien por lo que luchamos. Las deudas externas del Sur no son
reembolsables, y de cualquier modo, ya han sido ampliamente pagadas. Se
deben anular, y se deben emprender restituciones a la expoliación
del Sur. Se debe colocar a las instituciones financieras internacionales
bajo control democrático. Si se decide que tienen todavía
una función, ésta debe beneficiar a la mayoría. Nos
hace falta un régimen de comercio internacional, pero no el de
la OMC. Deben ponerse algunos bienes completamente fuera del alcance del
comercio y de las relaciones mercantiles. Pienso en una cierta asignación
de alimento y de agua para todos (pero las personas que quieran llenar
su piscina deben pagar cara el agua). La salud, la educación y
otros servicios sociales no son mercancías, sino derechos. Se pueden
facilitar generosamente servicios públicos, transportes y viviendas
sociales.
Cuando la gente goza de un cierto nivel de seguridad material, se vuelve
infinitamente más productiva, y enriquece a su sociedad. Desde
un punto de vista material, es absolutamente factible establecer un umbral
universal de bienestar al que todo el mundo tiene derecho, no como caridad
sino por el hecho de ser seres humanos. Nunca ha sido el mundo tan rico,
y poseemos todos los conocimientos organizacionales y técnicos
necesarios, además de la capacidad de supervisar la distribución
de bienes, de modo que se evite la corrupción y el despilfarro.
Dicho de otro modo: no hay excusa para no cambiar el mundo.
Debemos basar nuestras luchas en coaliciones fuertes, que reúnan
a campesinos, sindicatos, ecologistas, mujeres, profesionales, trabajadores
culturales e intelectuales, parados, sin techo, inmigrantes, militantes
de derechos humanos y de otras fuerzas. Sobre estas bases nacionales fuertes
podemos después agregar nuestras luchas regional e internacionalmente.
En cualquier caso, no es necesario estar de acuerdo en todo para trabajar
conjuntamente a la hora de conseguir objetivos comunes. V
Permitidme terminar diciendo que creo, profunda y honestamente, que podemos
conseguir todas estas cosas. No tenemos ninguna razón para ser
pesimistas, pues no ha habido ningún resurgir de una energía
militante como ésta desde la guerra del Vietnam. Creo que podemos
ganar. Pero a condición de acordarnos de una realidad penosa: todo,
o casi todo, tarda mucho, un tiempo terrible. El ejemplo mejor, o peor,
es la deuda externa, contra la que muchos de nosotros empezamos a luchar
hace 15 años, y cuyas consecuencias se vuelven más graves
cada año que pasa. Por lo tanto, la lección más difícil
que hay que aprender es cómo perder sin desanimarse.
Ciertamente, nuestro adversarios tienen ventaja sobre nosotros. Se empezaron
a reunir antes, tienen dinero, poder, la mayoría de los medios
y una buena parte de las organizaciones mundiales de su lado. Pero no
olvidemos nunca que nosotros tenemos con nosotros el número, tenemos
las ideas, y todo lo que queremos hoy. Todos los logros del pasado, de
los que somos beneficiarios hoy, fueron ganados por gente que empezaron
perdiendo. Lucharon y perdieron, lucharon y perdieron... pero luego, un
día, ganaron. Ser dignos de ellos nos exige la misma determinación,
la misma paciencia y la misma tenacidad. No hay que sorprenderse de que
sea duro; después de todo, ¡tratamos de hacer algo que nadie
ha hecho en toda la historia de la humanidad!
Esperando ganar, no olvidemos tampoco que los que están de nuestro
lado tienen más alegrías, más auténticos compañeros,
más razones de vivir que los que se reúnen en el Foro de
Davos. Hay que alegrarse del surgimiento del Forum Social Mundial de Porto
Alegre como espacio de encuentro y articulación de miles de movimientos
sociales, ONGs, sindicatos y organizaciones ciudadanas. Él es en
la actualidad el signo de la dignidad humana, la solidaridad la democracia
participativa.
|